Es cierto que la forma de expresar el
amor no es universal, ni siquiera lo son las parejas tan de blanco y eternas
que tanto nos gusta vender con esa forma de hacernos daño que, en mi mundo,
llámase matrimonio. Pero la felicidad ya es otra cosa… esa sí que nos llega a
todos de la misma manera, sencilla, las más de las veces: un anochecer rajado
de rojo y rosa en el Cantábrico, una canción de salsa y tarima, un tomate
sabroso de hortelano, unos cuantos chicarrones guapos e incluso apuntar un
nombre con un lápiz y un papel.
Amigos, pareja, chocolate, crema o nata,
un azúcar que va a lo mismo: hacerte feliz porque sí. Y así se elige una
pareja: ¿por qué ella? ¿por qué te has enamorado? ¿por qué la mujer de tu vida?
“Está loca”, me dijo un lechuzo una vez, “y eso me encanta, me gustan sus
olvidos, sus desastres diarios y con ellos su sensatez, su cuerpo, su mirada,
su pelo, me gusta incluso que me quiera” y todo esto me sonó a un me gusta
porque sí, porque es mi princesa y no hay mejor motivo.
Supongo que sabemos quiénes se merecen
atarnos a construir una senda conjunta porque su sola presencia nos es como
agua de avena en spray: calma, relaja, refresca, conserva el maquillaje e
incluso repara las rojeces y tirones de la vida.
Felicidad líquida y en estado gaseoso
para los enamorados que hacen que una lechuza confíe en el alba, en el te
necesito y en ese trajín del amor al que ahora no le encuentro mucho sentido.
Felicidad para los que creen en el siempre y no en el nunca, esos que firman
ante notario, piden hijos al amor y no a la luna y no escatiman en mudanzas
cuando se trata de asfaltar las aceras de una pareja. Felicidad en spray para
mi pater, para Jorge y Raquel, su princesa, y ¡qué vivan los novios!
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