8.6.12

**La tentación vive arriba, abajo y a un lado**


No es que yo venga a dudar aquí de la fidelidad de los hombres lechuciles, es más, no tengo ninguna duda. Convencida estoy de que eso de pensar con parte cierta les hace cruzar las piernas y las ganas por no aplastar a más de una contra la pared y escalar desde su boca, y no encalados de inocencia o ignorancia, precisamente. Hoy me pregunto y os pregunto por qué no son capaces de ser felices con lo que tienen y siempre andan al acecho de faldas hendidas por la mitad.
Me dirán, ellos tan ocurrentes, que entre las de mi plumaje ocurre lo mismo: acabamos con los más cuitaicos, pero solo nos entregamos, estúpidamente, por ser más precisas, a otro, al que menos nos atiende, nos mima o mira y yo no veo eso cierto del todo, pasada la etapa hormonal adolescente, que pocas hemos superado sin cuernos y sí con algún que otro lametón de humildad, las lechuzas tendemos a enamorarnos y a olvidar a todo pomposo que se nos cruce, porque solo uno es mi hombre. ¡Desgraciadicas!
Algunos lechuzos, sin embargo, me han jurado y prometido que aman profundamente a la dueña de su mano, amarrados bien por si se pierden, sin desaprovechar la ocasión de que una, que mucho escucha, observe cómo aprovechan cualquier giro para morder mi oreja o el lóbulo de esa vecinita tentadora, una drácula, embaucadora o, simplemente, de una de esas que tanto sabe que sabe demasiado como para novia o esposa (con perdón de las simples, a las que admiro).
La cosa está, que me voy liando, en si ellos aprovechan el tirón de lo que se viene llamando “instinto de pelotas” o no son más que unos "getas," tal que hombres de la Dacia, consentidos por unas y unas: madres, amigas, liantas, novias y fijas…

** LAS LECHUZAS PUBLICADAS **

 
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