
Junio, mes de solarium, dietas, tacones mortales, vestidos, acompañantes... y es que nos volvemos locas con tanta ceremonia y tan poco amor por la cartera. Si no se equivocan, no, los que consideran las bodas como un negocio basado en las mujeres: en la novia, la madrina, la hermana, las amigas de la novia, las amigas de las amigas de la novia. Ellos, traje y afeitado.
Y qué queréis, crecimos con Cenicienta y Aurora, ay, con esos donceles que te rescatan de la soledad y luchan contra brujas malvadas, hechizos y pócimas. Y ya que llega tu gran día, te adelgazas, cuidas la piel, el peinado, y te maquillan como a una princesa. Con tu vestido casto (solitario en su pureza), te ves conducida del brazo de tu príncipe azul, todo un caballero de chaleco y corbata, para vivir un cuento: y hasta que la muerte nos separe.
Mas el maquillaje se desvanece y ese lechuzo que actúa de comparsa en nuestra boda, no nos explicó que, con su regalo de un día, nosotras firmamos una hipoteca de plancha, lavadoras, niños, cuidados maternales y arrumacos varados. Bendita resignación.
Amigas, los cuentos de hadas nos han escondido demasiados enanos tintados de azul. ¿Seguiremos perdonando su torpeza y excusando una convivencia de perdices resecas? Claro que, tal y como está el mercado, más vale regusto a pájaro, aunque vuele.
Pero seré lechuza buena, esta vez confiaré en que el ñandú siga siendo encantador tras la luna de miel. Si no..., ¡a la cazuela!