Ante la
gira rapidita y mediática por la estratosfera, la envergadura y pilladas
chinas, el frente acuoso, cielos cubiertos y rescates encubiertos, una tiene
que decidir si supera su propia barrera del sonido y si ya hace el suficiente
frío como para empezar a escuchar esas palabras que, según pasa la vendimia,
empezamos a creer las lechuzas, como síntoma de un mal climático anual.
Medicina: mantinta del amor, un toque por el este, otro por el oeste y nada
hablemos de perder o ganar: dejarse querer.
Ahora,
nosotras, malas pécoras, peligrosas por pedazos y enteros, abrimos los oídos y
dejamos las frustraciones por devociones y revoluciones tranquilas, casi
invernales. Buscamos un tipo, un lechuzo concreto, nada de indiferencia, sí
alguno valiente, que no nos deje espacio, que no nos hiera la boca con sonidos
que hacen daño, ni cuentos, ni dueños... Esos nuevos labios, ni fríos, ni
calientes, esos que no voy a expulsar de mi boca porque no pierden debates, no
piden rescates, los toman, los cobran, pronuncian y rompen el espacio de tanto
usar el verbo, lo relativo, nada de na de na, antes de na y mucho más después
de tal.
Probamos
del mal, probemos del bien, desterrados, acurrucados lejos de un pasado que
pasó, en pleno presente. Con razón, tanta sinrazón. Ay, tantas palabras que nos
rompieron los oídos, para ahora usar las manos mordiendo y destrozando las barreras.