
Ese bichito repugnante que aplastamos sin piedad bajo la suela de nuestros monísimos zapatos, empieza a mostrarse, ante mis ojos, como una hermana más. Así, llega un momento en la vida en el que la pregunta es clara: ¿Mantis religiosa o viuda negra?
Por desgracia, la mayoría de nosotras dejamos escapar a nuestros machos para que se arrimen, una y otra vez, a una nueva dama negra de la virtud. Mientras la mantis religiosa aturde y devora al maridito de turno, siempre ha habido calzonazos; nosotras, cual viudas negras, mordemos a las pequeñas arañitas macho e inyectamos un veneno que, las más de las veces, les permite escapar de nuestra voracidad y dejarnos insatisfechas y con el vientre vacío.
Pero, ay de la ocasión en la que el fecundador se afana en la tarea y nuestro líquido demoníaco paraliza su abrillantada musculatura; nosotras, intrepidas tejedoras, cercenamos toda su masculinidad para comernos lentamente todo su oculto potencial y absorvemos su escasa inteligencia, inutilizando hasta su capacidad para el lenguaje.
Así, mis queridas lechucitas, si alguna vez os cruzáis con uno de estos especímenes y ni alza la mirada ni demuestra que sabe saludar, enredado en el brazo de su nueva novia, esposa o amante, no os preocupéis y saludarla, a ella, con un signo de alabanza, por fin ha descubierto que ellos no son más que un buen alimento y que vale más su silencio que su retórica.
¿En una noche de apariciones y recuerdos sepultados, encontraremos un disfraz conforme a nuestras intenciones? ¿Morderemos labios con nuestras bocas rotas?
Vamos a matar fantasmas y a hacer cosas malas.