
Pues es lo que hacía falta, no tenían ya suficientes excusas nuestros lechuzos para homenajear a la infidelidad, que, ahora, unos científicos de Estocolmo les dan una nueva: el alelo 334, un gen que incita a que nuestros hombretones sin pelo en pecho encuentren una rara satisfacción en aparearse con diferentes parejas. Aleladas, así nos hemos quedado.
El estudio comenzó investigando la reacción de ratones macho de campo, considerados monógamos, y parece ser que la ratoncitas más libertinas acabaron más que contentitas con los ratones “infectados”. Habría que preguntarles a las parejas de los susodichos qué opinan de los ratones colocaos.
Y, no sé por qué, se encontró relación entre los repugnantes roedores y los hombres hombres. ¿Era necesario hurgar en algo así? ¿Es ya una plaga? Tenían que hacer más grande la herida y recordarnos que ellos están limitados por un defecto de fábrica y nosotras cegadas, porque es tan evidente el engaño que hasta lo estudian.
Y, así, una y otra vez, nos dirán, con cara de enfermitos: “Lo siento, cari, es el alelo, que hoy está animado y me toca sacarlo a pasear”. Suplicaremos la comercialización de plaquitas identificativas que poder colgarles al cuello a nuestros lechuzos alelados. Aunque sigo pensando que no nos alejaríamos ni por esas.
Y yo me pregunto: ¿Y a nosotras qué? Por no tocarnos, ya no nos toca ni un alelo, ni un alelado, ni na. Deberían investigar más a fondo el principal problema femenino: la santa paciencia. Nos pedimos el alelo número uno, a ver si nos lo inyectan y nos ayuda a distinguir entre ratoncitos adorables de ojos azules e insaciables ratas de ojos ardientes.