
Hay lechuzos que son capaces de tocarte canciones de amor, compensando a los que solo cantan o piensan y dejando por bajitos a los que reclaman tu piel con apenas sus dedos. Dulces de batata o marcadores táctiles, caballitos de batalla para darnos primaveras felices o ser portadores de mensajes carnales que procuran emborrachar cerebros, glándulas e hipotálamos pintando con el sabor tinto y fresco blanco, color toresano o acento argentino.
Ciertos pulgares marcan con rapidez sus errores. ¡Lástima, ya está enviado! “Chuchi, chuchi, chuchi, ya llego a casa... prepárate para la cenita, para la comidita, para tu desnudez! Cuán rápidamente caminan los mensajes vía móvil y cuánto se ríe el destinatario equivocado cuando ya ha llegado y no hay nada que lo borre de pronto. Lo dejaremos en que deseo, intención y sus palabras cuentan y a alguien alcanzan las risas.
¿Hombres hombres mandando mensajes de amor? Parece que, cuando de veras se quiere, los quereres no pueden temblar solo a escondidas, pues el hambre derrumba paredes y no hay escarchas de cebollas que aplaquen apetencias sibaritas: pim, pam, cuchillo, martillo y tenedor en mano.
Derramándose entre pececitos amarillos, esos dedos rozan lechucillas que, aunque picajosas, pueden arrancar soledades de cien en cien, vencer con sonrisas de mojitos gigantes y desterrar a esos muñecos de sus cunas de almohadones rojos para vuelos de altura, a pesar de que nuestras armas pueden provocar congestión y taponar sus armas polacas, modestas o pedantes, si están buenos o lucen cuerpo... bien se merecen sus dedos mancharnos con dulce de leche. ¡Guapos!
De lo más de Zamora al mundo, en vuelo tripulado o libre, a elección. Si no encuentras el camino: ¡Pibe, llévame a casa!