
A veces, a una le da por recrear… y pasa por su mente la imagen del puro macho, que, no sé por qué, se me aparece en blanco y negro, al estilo de una película de John Ford: invencible, bravo, conquistador y grande, “mu grande”; no hay duda: el ‘Duque’, el gran John Wayne. Yo, a pesar de su contundencia y de esa rara habilidad que tengo para huir de todo lo que restriegue testosterona, me dejaría guiar por una “diligencia” de tanto empaque.
Imitado por su seguridad y arrogancia, pocos han sabido apoderarse de esa dualidad tan tremendamente atractiva: capaz de desgarrarse por amor, sin intimidarse o espantarse, y duro como sus westerns, incluso para dominar lo inconquistable. Tan latina era su forma de ser que las tres veces que se casó, tres, Panamá, México y Perú le dieron sus esposas. Perfecto para nuestros potentes genes en "noes", que necesitan lechuzos esforzados y enérgicos.
Claro que, en su época, era fácil ser valiente sin minifaldas, ese demonio fecundador que arrastra a los mexicanos hacia la perversión y los niños no deseados, que de la fuerza del gustito nada dijo el alcalde mexicano, de cuyo nombre no me acuerdo porque me nubla el intelecto mi falda corta, que ha intentado prohibir el uso de prendas que enseñen más allá de las rodillas, que luego vienen los disgustos... ¡Ay, lo que se peca por unas buenas piernas!, ¿incluso por las flacas?
Y tiene su gracia eso de que nuestros hombres no puedan huir del sexo y la estupidez "anti-protección", cual mosquitos ante una luz. Es ver una pantorrilla… y se nos churruscan en el momento.
Las lechucillas españolas, lejos de atacar sus vicios, los entendemos, copiamos y compartimos, y no es que nos haya dado por la golfería de repartir nuestra carnalidad en dos, no. Son ellos, ni la primavera, ni el polen, los lechuzos nos van provocando. Ajustaditos y depilados hasta las cejas. ¡Ay, pobres vaqueras acorraladas entre indios que rezuman calor! ¡Qué prohíban los sueños, las piscinas, los hombres atractivos y eso que llaman amor!