Siempre clavaditas, vivos osarios andantes, y aún nos quedan ganas de cantar buscando escaleras para subirnos al madero a colgarnos de la cruz, o para colgarnos de un madero que nos haga cruces por enterito el cuerpo. ¡Ay, semana de pasión, dolor y resurrección de la carne!
¡Carne!, dónde. Por mucho que las lechuzas estemos dispuestas a hacer caminos, a tostarnos las carnes, vuelta y vuelta, contra el olor a experta, lo cierto es que ya sabemos mucho y... eso se nota. No perseguimos ni glorias, viejas o jóvenes, no pisamos donde ya hemos pisado, roneadas por guapos, roneadas por listos, roneadas... y el caso es que no rezamos... ¡Va a ser eso! si no pides a los santos... te escucha el ángel de las tinieblas y te devuelve una y otra vez ante el mismo tren. Yo, no sé vosotras, pero me niego a comprar el pasaje de un convoy caducado. Si no bebe, qué corra, qué pase y no regrese con sus palabras de amor, ni sencillas ni tiernas.
Y como me he puesto caperuz de terciopelo, a lo semanasantero, zamorana que es una, y mucho, no puedo obviar el principio de la primavera, el fin de este invierno soso, rasgado por la falta de moje, caldos, pringues, sustancias y salsas, y la niña de las flores, la mujer bonita, olorosa, perfumadita de brea y mucha resina (para pegarte bien al Loctite de mis ojos), engomada y a falta de polinizar, me llena, me cubre por dentro y embellece mis intenciones por fuera. ¡Malvada!
¿No os hace un paseo o una procesión? Mis lechucillas bonitas, mis milanas, hilvanadas con hilos de seda y lino, duras, suaves y atrevidas, ha llegado la hora de lucirse. Operación bikini, la llaman, ¡ja! Operación escóndanse todos, le digo. Yo que ustedes, caballeros, me dejaría la cabeza en casa, por si la andan dejando, perdida, por ahí.