
Ni aspirinas, ni ibuprofeno, ni na, si el dolor te puede… enamórate. Y tan fácil. Al corazón triste y sombrío de Machado tuvieron que haberle recetado una pastillita de amor. Pero no de ese profundo, consolidado, con historia, no, sino el del atontamiento de los primeros meses: nueve, tres o uno. Si no hay dinero para especialistas, ambulancias o fisioterapeutas, ¡doctor, inyécteme amor!
Y quién soy yo para renegar de dos investigadores norteamericanos que unieron sus estudios sobre el dolor crónico y los efectos del enamoramiento, respectivamente, al descubrir que no hay malestar que no se pueda olvidar pensando en quien te corteja. Buscaron a personas a las que someter y maltratar, solo un poquito, y que estuvieran en los primeros nueve meses de una relación, no quisieron arriesgar más, y es tal la euforia, el éxtasis y el embeleso… que todo es gozo y placer: y así no duelen los azotes, fustigaciones o tendinitis varias.
Una infección, amigdalitis o empacho… alégrate: ¡lechuza, prescríbete amor!
Mas yo pienso, ¿qué pasa con la subida de la bilirrubina? Venga, yo prometo enamorarme cada nueve meses, pero no sé si compensa: todo el día colgada, blanca, roja o amarilla, con sonrisa etrusca y ojos sensibles. Flacucha y sin apetito nutritivo. Y si pretendes ser madre y te cambian la epidural por la foto del certero fecundador: ahí sí que ya no respondo, me cojo un churro de los de las clases preparto de Tomillo y me lío a mamporros, con mucho amor, eso sí.