Lo lamento, hoy estoy de primavera y no me sale hablar de
amor puro, el calor me derrite el seso y piensan más mis ojos o mis manos que
lo que viene a llamarse corazón.
Como ángeles se nos cruzan, muy de vez en cuando, ese tipo
de lechuzos que nos animan a admirar eso que solo se mira, ay, y su fiebre nos
hace mordernos los labios, así, sin darnos cuenta. Y hace ilusión, oiga, esos
amores que se entienden por lógicos, como subidas hormonales sin más, como
reclamos de brisas de azúcar, de caña, remolacha o café con hielo, todo para
darnos algo fresquito y mineral para beber, todo sin alma, tranquilas.
Aventuritas, sin más, porque el chico está guapo, bueno,
macizo, ya tú sabes y, si la vida te lo puso en el camino... la culpa, a ella,
que tú de penas ya no quieres saber.
Pero, sí, las ilusiones, por muy ardientes que se nos
muestren, tienen sus pequeños inconvenientes. Nadie pidió conexiones más allá,
porque todo lo que quieres va de más pa’ca. Unas poquitas de mariposas, un
poquito de ruido bien batido y mucho pa’ca... Y llegan las palabras.
La máquina tiende a seguir rodando y un día el lechucillo,
confundido, decide abrir la boca para algo más. Lo imaginabas: ¡mejor no
hables!
Antes, lo tenías y lo necesitabas, ahora ves que te dio todo
lo que te podía dar, y ya. Se va la conexión, los lazos físicos, la piel no
vale y nada le quieres dar. ¿Se rompió, tal vez de tanto usarlo? Evidente,
obvio, claro: se rompió de solo usarlo sin dejar un trozo a otro tipo de
alimentos. Antes de mirar... nos tocará conseguir que nos dirijan unas
palabras, como si fuéramos respetables.
Y yo lo intento, pero el efecto que me causan ciertas
locuras hacen que la historia se repita, más aún en primavera, y sí, ya os lo
digo siempre, lechucillas: es tonto, pero tiene buen culo. Mañana, que será
otro día, ya diré que no, ¿no?