Llega el verano y las mismas imágenes me saben a sal y sol:
lechuzo guapo en una barquita, en pleno Mediterráneo, amarrando lentamente, sin
hablar, sudor limpio, un todo blanco y azul. Olas y perfume, ni sé ni espero
saber el nombre, pero ¡eso es verano! Ha llegado, por fin, y lo podemos sentir:
en palomas, palomos, perdigones y algún que otro chapuzón. ¡Sálvese quien
pueda! ñan, gru gru, plas.
Dicen que las mujeres en general, de las lechuzas no hay
estudios, después de ser gratificadas en placeres, tienen querencia por buscar
el consuelo de Morfeo. Vamos, que es darse un gustito y quedarse dormidas. Y yo
tenía entendido que justo era al contrario: el lechuzo lo da todo y cae cual
ceporro, como si fuera el último esfuerzo, como si hubiera terminado con todas
sus existencias para el amor nocturno. Y el cielo es azul, azul verano,
finalmente, y el sueño viene más rápido, pobre.
A pesar de estar explotados, de vivir aplastados por sus
propios slip, estos señores durmientes no me dan pena, pero el humor estival me
permite una bondad: ¡Bendito el que acompaña a Morfeo para nuevas fuerzas;
bendito el que confiesa al dios del sueño el último disfrute y sus quereres;
bendito el que agarra la almohada por no apretarte de más, bendito el que
calla, pero piensa; bendito el que ronca porque le sale la sonrisa en respiros
profundos! ¡Bendita yo, que también duermo!
Volviendo a los calzones, ¿apretados o ligeros?
¿estranguladores o liberadores? Los hay que pretenden que sus pesados
recipientes caminen juntitos y conozco lechuzos que prefieren ir señalando a
los lados, siempre desatados. Yo solo os cuento: a más apreturas... menos
movilidad reproductiva. ¡Cuidadito!
Lechucillas, verano, veranito, libertad y pieles mojadas...