
No suspiramos las lechuzas por nostalgias, nos son las lágrimas propias de nuestra condición alada. Ni pedimos, ni decimos, ni rogamos... de las estrellas que caen en esta noche de agosto solo tenemos la suavidad de sus aristas, derretidas por los calores de dragones sin consuelo ante el calor.
Esta madrugada, la luna llena tapará a las Perseidas, hermanas en la altura, en lo revoltosas, en lo popular de una soledad nada triste, por entretenida.
Las lágrimas de San Lorenzo pueden erotizar de lluvia tantos corazones... Licor que cae, dorado, derramando a Zeus entre el cuerpo de estas dánaes, mortales. Para enero dejamos las Cuadrántidas, para diciembre hacernos destrozar por la fiebre de las Gemínidas, mucho más potentes y abundantes, pero más frías. ¡Vengan a destrozarnos los animales alados de labios traicioneros!
Es difícil que las lechuzas se rindan sin rumbo, por algo el dicho “duras como zamoranas”, frasecita que solo los dueños de visados foráneos se atreven a sacar de su chistera. Somos Perseidas, por lo perseguidas, persistentes, perennes... Cuadrántidas por cuadrar vidas propias y ajenas y... por cuadriculadas, pero agradecidas. Gemínidas, ¿es necesario que aún lo explique? Dos, sin tú ni yo, mujeres que rompen y rasgan e, incluso, queman con fiebres de obsesión. Mujeres que llevan dentro a Perseo, a Zeus, a Dánae y que rescatan a Andrómeda estremeciendo a la propia Medusa, desangrándola gota a gota, de ganas.
“Vente conmigo antes de que la Aurora entre por la ventana”