
Fines de semana de disfraces: yo te doy, tú me das y todos contentos... ¡Y qué viva el amor! Claro que tanta facilidad y sencillez aburre, ¿no? Por eso le damos tanta vidilla al asunto y nos lo jugamos todo en el tie-break.
Si mis lechucitas se deciden, ellos ya tienen el cartel de “ocupado”; si se cansan de olvidar nombres y caras, solo encuentran amores perecederos; si el pasajero pretende pegarse a su piel, lo desechan como a un polizón. Si tú buscas familia, fidelidad, serenidad... te toparás con golfos; si buscas golfos... encontrarás maridos. ¿Y quién distingue esta red que nos separa?
Y, aunque es seductor lo complicado, ese cosquilleo del ahora sí, ahora no...; un día, de pronto, después de tropiezos sobre piedras poco pulidas; paras el partido y tu amigo, el de siempre, el que tuvo novia, vida ajena, casa ocupada; te abre la puerta de un refugio que sabe a erotismo y sus paredes proyectan Las mil y una noches sin venderte entrada. Así, el mundo cambia, y lo que era vulgar rota a insólito y cautivador, sus palabras tienen empuje y sus silencios..., ay, esos silencios.
Si el pasado no nos olvida, por qué negar el pasado. Prefiero pensar que lo vivido nos conduce a encontrarnos, que los malos momentos y ciertos ejemplares eran necesarios para apreciar otro tipo de entrega, para ser más sincera, más completa, más tú.
Y, si algún día cantan “iguales”, recréate y disfruta de la carne del león.