12.7.12

**Se me ponen rojitas las orejas**

Amo, luego existo y sí, a veces se me encienden hasta las orejas, de tanto admirar. Tampoco sería novedoso que mi pelo jugara al escondite con el sol y me chamuscara, de tan despacio, pero hoy prefiero que el rojo se suba con la pasión y pedir que me comprueben su grado tocándome las orejas, ombligo o talle.
Y ese es el tema, que las lechuzas somos más de mirar al suelo que al cielo y, en el suelo, da gusto encontrarse a quien es capaz de ponerte rojita por piezas, cuartos o enteros, tanto si te besa como si te pone en modo convexa a poca distancia, como si el cuerpo conectara todas sus partes, las del alma y los ápices que sobresalen por fuera.
Estoy segura de que a cada uno se le enciende una diferente, pues las lenguas, calenturas y gustos nada tienen de contable y sí mucho de libre albedrío.
Y si todos sabemos que el amor quema, palpemos, tacto a tacto, para ver qué se enciende, por dónde sale el humo que tanto atraganta respiraciones y alas.
En mi caso, he de decir que el amor produce en mí el efecto de volar: imaginad, una lechuza ardiente por las orejas, con las plumas huyendo entre la piel para no confundirse con ese carbón que ya no vuela. Y creo que esto me pasa porque mi amor es bajo como el averno y el fuego se me muestra en las orejas. ¡Tan calentitas!
Así debe ser la pasión: trepadora de cuerpos, sin cerebro, ni migajas mendigadas de cariño, sin aguantar más que lo justo y con pocas pruebas, que todos desconocemos nuestro límite y ninguno es de nadie, pero todos somos de todos.
Amantes, pasión, cariño, algo extraordinario que nos quita tiempo y mente, pero nos hace buscar nuevos amigos. Fíate de tu radar, lechucilla, que nos sienta bien y es un gusto dejar que nuestro cuerpo investigue, busque y vibre.

** LAS LECHUZAS PUBLICADAS **

 
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