
Venga, amor, dinero y salud, siempre se ha dicho, pero, tal y como van las cosas, quedémonos con la vida y con sentir, de cuando en vez, escalofríos, el desarrollo corporal ajeno, lograr ser inconformista, innovar, controlar, aprender, esforzarse… y sonreír, aunque a veces quieras matar o llorar. Algo se escurrirá para dentro.
Es lo que tienen los gestos, una simple mueca, una palabra, incluso aislada, pueden dejarnos un momento feliz y eso, o no lo pillan los lechuzos o solo lo entienden quienes no deberían usar sus encantos con ciertas lechucillas clásicas ¿o sí? Siempre he creído una desgracia femenina ese placer que sentimos por los detalles, el cuidado con el que mimamos al otro y esperamos en el opuesto. ¡Cuánta espera, cuánto dar y qué poco a cambio! Un mensaje, unas palabras de ánimo, un simple “hola, cómo estás” pueden alegrar una mañana y si hasta para eso no les llega… A ser felices con la sonrisa propia, tan linda.
Nuestra historia es esa, la de sentir sin dejar que se nos peguen entre los dedos los quereres, luego las pelusillas no se despegan, por mucho que una quiera deshacerse de las noches inútiles, que las eternas nadie las espera, agotadoras son las definitivas. Seguro que es mejor el futuro que el pasado y qué mayor felicidad que la de ser capaz de olvidar los antes, los problemas que se llaman “él”, qué angustia la de tener que perdonar todas las mañanas: olvidar y olvidar, sin excusas. Vamos a no ocultar las provocaciones, a buscar mejores paraísos y a quienes usan palabras, quizá duras, pero son seguros hasta en los fallos y capaces de decir “lo siento”.