El cartero siempre llama... una, dos, tres veces, y eso que
nosotras no somos de repetir (¿o tal vez sí?, por mejorar, más que nada). Mil
veces me dejaría llevar por esas pasiones de susurros, por Lana Turner, John
Garfield, por el erotismo, el romanticismo, por la sabiduría de Neruda… tantas
cosas perdidas y dichas con un solo nombre: “cartero”.
Y resulta curioso, no me lo podéis negar, que la evolución
del amor vaya pareja al futuro de esta profesión que a mí me llama más en
blanco y negro que en azul y amarillo canario, colores correos oficiales, pío
pío. Hace unos días, alguien a quien quiero me recordaba la magia perdida del repartidor
de cartas, postales y paquetes varios, con esas cuerdas irrompibles y sus
letras a mano... Esos hombres que se negaban a manchar su oficio dejando sin
correspondencia al correspondido de turno: "dime tan solo un nombre, yo lo
entrego", porque se conocían vecinos, primos y noviazgos en ciernes. Así,
todo lo intuían antes que nadie, ¡golfillos!
Ahora manda el ya, rápido, con WhatsApp, mensajes
electrónicos, códigos postales… tan poco especial: aquí te pillo, aquí te mato.
Según se pulsa el ratón, tecla o botón, casi uno se olvida de esperar y,
mientras nadie te pide una respuesta, el buzón de casa vive de la propaganda y
tú por nada desesperas.
La fiebre por besos, por palabras de pluma, por caderas de
ficción y músculos solo para ti no resiste al día a día: nos gana el tiempo,
porque no hay nadie que aguante, mantenga o persevere en curar penas con una
atracción soñada e imaginada cada vez más, con golpes en el pecho con el paso
de los días, ahí, doliendo de verás, en sentir y añorar ganas de todo.
No os ahorréis el acuse de recibo, hasta un adiós es mejor
con una carta. Delante de un papel, uno se entrega o miente mejor, y queda
mucho más bello ese "nunca se sabe", "no ha sido culpa
tuya". Lechucilla, es así de fácil: tú le engañas, él te engaña y tan
contentos con esa carta más bonita del mundo.
Siempre las mejores líneas al amor, las más inspiradas, son
las que se escriben en los últimos momentos, volcadas en ruinas, cuando no hay
amantes, ni ángeles y solo se aparecen esos diablos que enloquecen a quien juró
amarte un día.
No hay vinagre, lechucilla, para curar tus heridas, solo
nuevos amores por venir, una mora, sabrosa y verde, con o sin firmas de
"por siempre, tu amor". Motivos hay para una alegría, ¿de primavera?