
Negra y en botella, así es la mente de los operarios de la construcción que pueblan, cual tribu urbana zapateril, cada loseta de las ciudades españolas.
Quién no recuerda el “momento” Coca Cola Ligh, un dechado de esencia masculina, las 11.30, desde entonces, es, más bien, una hora maldita: sin sudores, sin brazos saciados de musculatura y con lechuzos de una sola abdominal salchichera. Podíamos sentir, con solo mirar, las caricias de ese hombretón, su voz, su forma de tratar a una mujer... Apreciábamos cada uno de los roces de su camiseta al ascender y juzgábamos como horas los segundos, sujetadas en el silencio de un I just wanna make love to you.
Mas, a nosotras, la leche del desayuno se nos pone mala teniendo que conformarnos con las arrebatadoras: “pero, Pepe, ¿estamos a tetas o a la obra?”, del Otilio de La Marina o miradas babosas y piropos del tipo: “qué buena estás, maja”. Ay, qué no se quiten la camiseta, que no se la quiten, que van a confundir el llanto con lágrimas de emoción y ya la hemos liado.
Y es que parecía que la época de requiebros y lisonjas desde el quicio del andamio o a pie de obra era cosa del pasado, pero Zapatero, ansioso por salvaguardar el legado español y envidioso del juego de Gallardón, creo su Plan E, de “Ehhh, dónde vas moza” o de “Esperad sentadas al buenorro del refresco”.
Vendrá un invierno seco y poco frío, y yo me alegro de que el clima esté loco, pues intuyo mucho socavón y conducto por tapar y ya se sabe que las lechuzas huimos de charcos y resbalones y amamos más los zapatos que a nuestros lindos pies.