Condenadas a sacarle partido más a la
noche que al día, nadie puede tachar de otra cosa que no sea de desgracia esta
dualidad que a las lechuzas nos han marcado con hierro.
Y no se crean que es fácil recorrer el
camino de la sensualidad, unos días giradas hacia lo romántico y otros con las
uñas en forma de garra y rascando pieles ajenas cual tiras de comida turca y
peor se pone la cosa cuando una es dos en un solo momento: que si ahora te como
esa boca que te deseo de una manera más que loca, que si ahora me dejo lamer
suavemente y sin hacernos dañito, que si ahora te hago comprender en miles de
besos toda esta ternura que las plumas han clavado en mi dermis.
Con todo esto, la vida te da sorpresas,
lalala, con ellas y conmigo, lechuzas todas, y todo es perder la cabeza
intentando adivinar si hoy lamemos o mordemos, fuego y agua en un mismo cuerpo,
con una mente que arrastra no poder entenderse a ella misma. ¡Curioso poder, el
lechucil!
Los lechuzos no podrán quejarse,
malheridos solo a veces. Mas, cómo no, a nosotras nos toca la parte de la
engañifa, de la distancia sentimental tan eterna con los que llevan el disimulo
tan pegado a las alas que se les mete por el ombligo para nacerles por la boca.
Entendámoslo, si una se topa con un señorito fino, espera que, aunque las
feromonas le cambien la mirada al ritmo de la luna, la relación siga siendo con
la misma persona que te “habló” aquella primera vez. Ja, no te fíes. Tienen las
conquistas dentro, toman el pelo al sol y juegan con la luna hasta desmigarla
como un astro despechado. Aunque, llega un día, llega, en el que no pueden
dormir sin ti...