
Ya’ta, por fin una de mis lechucitas, de elegancia y clásica distinción, puede haber encontrado la respuesta, el por qué de la diminuta e insignificante potencia de sus oscuros lechuzos, y todo por un estudio que nos tiene agarradas a la silla, esperando el Apocalipsis final.
Ay, lechucitas, se nos acaba el tiempo, tic, tac, tic, tac. Parece que la contaminación de nuestros ríos y el uso de fertilizantes está destruyendo la ya poca masculinidad, yujuuuu, de nuestras truchas. Y es que, con tanto producto químico, no hay hombría que salga a flote.
Y no, no os asustéis, no es que las aletas, escamas o el mal olor se hayan vuelto anhelo de nuestro sexo, no, sino que este terrorífico descubrimiento apunta la semejanza entre la mecánica testicular de los peces y nuestros amigos lechucitos (escurridizos, cobardes, húmedos y pequeñitos, uf), lo cual hace suponer que nuestros compañeros del alma, compañeros, estén sufriendo este mismo ambiguo proceso.
¡Suspirábamos por conseguir que lo de un especimen como David Beckham fuera contagioso y lo hemos conseguido! Me veo regalando cremitas, anticelulíticos y antiojeras por San Valentín..., ay, no, que aún no he caído en semejante “ñoñería”.
La preocupación me está consumiendo, ni como ni duermo y los días pasan, la arena cae y cae y los perdemos. Lechucitas, lo siento, tendremos que quedarnos con nuestros granjeros de aroma insufrible e intenciones lascivas, ellos huyen del agua, ellos no huelen los ríos, ellos no se contaminan ni lavan. ¡Viva San Andrés y el vicio pegajoso!
Nosotras, siempre de dos en dos o de cinco en cinco, perpetuaremos nuestras esencias de mujer, respetando al que se hace respetar, más allá de títulos, novias, mujeres, tricornios y esposas.
Tic, tac, tic, tac.