21.5.09

**Cautivando cumbres repetidas**


Nosotras, volando entre pequeños lechucitos, y la alpinista Edurne Pasaban conquistando su duodécimo ochomil. ¡Ay, qué mal repartido está el mundo!, una, escalando miles y miles de metros y yo, conformándome con el 1'80, que es bien sabido que mis alas no me permiten deslices por menores alturas; aunque, en lo oscuro..., con un arbolico de 20 me llega.
Y es que yo quiero ser como ella: una lechuza del Himalaya, mirando lo ya conseguido y sabiendo que, a pesar de ser mujer y de que todos se empeñen en resaltar su hazaña en femenino, su valía va más allá, sin distinciones sexuales, sin importar si es rubia, morena o calva.
¿Os imagináis la frescura, el olor, en la cima, en silencio...? Esos detalles que conforman los recuerdos de una primera vez, de una primera cita, da igual que sea con una montaña, un lechuzo o un corral (en el caso de algunos).
Según el portal Meetinc, el amor a primera vista existe, pero también debería llamarse a primer olor. Pues, si importante es el físico a la hora de la batalla amorosa, el tufo a ogro o tigre, más que sacar nuestro instinto salvaje, consigue recordarnos la tan traída teoría de Darwin y nuestra obligación de alejarnos de la bestia parda, en pos de la mejor evolución de la especie.
Y no les miento si les digo que no son pocas las lechuzas que eligen a los candidatos según sus posibles polluelos: "Mira, fíjate en ese, que hijos más monos tendríais, rubitos y de ojos verdes...".
Ah, no, de monos nada, prefiero la extinción, que si salen primates, se les coge cariño y luego no hay quien los eche del árbol.

18.5.09

**Flores muertas**


En mi recuerdo de Benedetti hoy hay flores muertas, porque soy mujer desnuda y en lo oscuro, porque mis ojos felinos aman, porque soy enigma y luz, porque tengo miedo, necesidad, dudas de hallarte...
A las lechuzas nos gusta tocarnos el pecho y notar un corazón coraza, uno de esos que obligan a amar porque nunca son de uno y son de nadie. Recogemos esa clásica dulzura de quien se empieza a enamorar, pero soltamos la mano en una estrategia que ni nosotras entendemos, y, así retornamos a casa a curarnos las heridas que dejaron otros, entendiendo las nuevas pistas a través de traducciones de hechos pasados: y si te prometen amor, no lo crees, y, que te miren a los ojos diciéndote su verdad, lo entiendes como una broma o un hasta luego, un adiós, tal vez.
Y es que, mientras la táctica de don Mario es la de mirarte, quererte, escucharte, aprenderte... la de nuestros lechuzos va desde las flores de tela a los bombones rancios. Y yo me pregunto, de nuevo, si esto es bueno o sigue siendo malo.
Sí, sus ternuras son evidentes: chocolate y rosas, comida rápida y flores en proceso de perecer, confirmando su amor tan masculino: algo fugaz, un repentino ya ya que luego muere.
Pero mis plumas van para canas y su lenguaje me aburre. Lechuza impasible: flores artificiales, que son cansinas de eternidad y saludan firmes y sin olor. Lechuza pasional: chocolate negro, tentador pero amargo. Para las lechuzas más osadas, solo dan aspirinas, que recoges en otra farmacia y apaciguan tu dolor.
Y la culpa es nuestra, pues, a pesar de sus lisonjas, nos quejamos demasiado, esperando, quizá, de más, pretendiendo plantas vivas, a pesar de sus espinas y pulgones.

** LAS LECHUZAS PUBLICADAS **

 
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