
En mi recuerdo de Benedetti hoy hay flores muertas, porque soy mujer desnuda y en lo oscuro, porque mis ojos felinos aman, porque soy enigma y luz, porque tengo miedo, necesidad, dudas de hallarte...
A las lechuzas nos gusta tocarnos el pecho y notar un corazón coraza, uno de esos que obligan a amar porque nunca son de uno y son de nadie. Recogemos esa clásica dulzura de quien se empieza a enamorar, pero soltamos la mano en una estrategia que ni nosotras entendemos, y, así retornamos a casa a curarnos las heridas que dejaron otros, entendiendo las nuevas pistas a través de traducciones de hechos pasados: y si te prometen amor, no lo crees, y, que te miren a los ojos diciéndote su verdad, lo entiendes como una broma o un hasta luego, un adiós, tal vez.
Y es que, mientras la táctica de don Mario es la de mirarte, quererte, escucharte, aprenderte... la de nuestros lechuzos va desde las flores de tela a los bombones rancios. Y yo me pregunto, de nuevo, si esto es bueno o sigue siendo malo.
Sí, sus ternuras son evidentes: chocolate y rosas, comida rápida y flores en proceso de perecer, confirmando su amor tan masculino: algo fugaz, un repentino ya ya que luego muere.
Pero mis plumas van para canas y su lenguaje me aburre. Lechuza impasible: flores artificiales, que son cansinas de eternidad y saludan firmes y sin olor. Lechuza pasional: chocolate negro, tentador pero amargo. Para las lechuzas más osadas, solo dan aspirinas, que recoges en otra farmacia y apaciguan tu dolor.
Y la culpa es nuestra, pues, a pesar de sus lisonjas, nos quejamos demasiado, esperando, quizá, de más, pretendiendo plantas vivas, a pesar de sus espinas y pulgones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario