
Nosotras, volando entre pequeños lechucitos, y la alpinista Edurne Pasaban conquistando su duodécimo ochomil. ¡Ay, qué mal repartido está el mundo!, una, escalando miles y miles de metros y yo, conformándome con el 1'80, que es bien sabido que mis alas no me permiten deslices por menores alturas; aunque, en lo oscuro..., con un arbolico de 20 me llega.
Y es que yo quiero ser como ella: una lechuza del Himalaya, mirando lo ya conseguido y sabiendo que, a pesar de ser mujer y de que todos se empeñen en resaltar su hazaña en femenino, su valía va más allá, sin distinciones sexuales, sin importar si es rubia, morena o calva.
¿Os imagináis la frescura, el olor, en la cima, en silencio...? Esos detalles que conforman los recuerdos de una primera vez, de una primera cita, da igual que sea con una montaña, un lechuzo o un corral (en el caso de algunos).
Según el portal Meetinc, el amor a primera vista existe, pero también debería llamarse a primer olor. Pues, si importante es el físico a la hora de la batalla amorosa, el tufo a ogro o tigre, más que sacar nuestro instinto salvaje, consigue recordarnos la tan traída teoría de Darwin y nuestra obligación de alejarnos de la bestia parda, en pos de la mejor evolución de la especie.
Y no les miento si les digo que no son pocas las lechuzas que eligen a los candidatos según sus posibles polluelos: "Mira, fíjate en ese, que hijos más monos tendríais, rubitos y de ojos verdes...".
Ah, no, de monos nada, prefiero la extinción, que si salen primates, se les coge cariño y luego no hay quien los eche del árbol.
Ah, no, de monos nada, prefiero la extinción, que si salen primates, se les coge cariño y luego no hay quien los eche del árbol.
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