9.1.09

**Engaño de agua y azúcar**



Hasta sus majestades los Reyes mágicos de Oriente nos engañan y dan sabor dulce a un regalo para niños malos; un néctar de agua y azúcar para quemar las papilas del pecador.
Ya ni la tradición se respeta, si Baltasar se encargaba de dejar carbón, leña o piedras para los descarriados, ¿dónde está la porción de esta ave sombría? Un año ya dando cañita a mis lechuzos... y mi rey negrito se ha olvidado de mí, ¿estará enfadado por mi ofensa o me espera un 2009 cargado de leña y leña?
Por ahora, algún que otro valiente intenta hacerme pagar mis endiabladas generalizaciones en el blog de La Lechuza, pero sus palabras huelen más a almíbar que a maderas. Y yo, boca descarriada, estoy descubriendo las bondades de esto del dulzor.
¿Podrá esta lechuza olvidar las ofensas y perdonar la vida a los ratoncitos traviesos? ¿Se romperá el encantamiento del mago Rothbart y este ebúrneo cuello se abrirá al celeste Lago de los Cisnes? Y es que la ñoñez no tiene cura y todos los hechizos tienden a romperse en la medianoche, cuando nos gana el juramento de Sigfrido y, a pesar del engaño, soñamos con la belleza del perdón de Odette y confiamos en que, tal vez, la perversidad y arrogancia nazcan de un sortilegio machista que se trunca si conseguimos alejar al príncipe oscuro de la charca de sus amigos y, así, no es él sino otro el culpable y no es él sino la envidia la que dispara cobardía y torpeza contra los tristes cisnes grises de mi lago, que tienen que volar y seguir escapando, un año más, un día más.
Pero cuestan tanto las palabras y el olvido, y tan poco el silencio...

5.1.09

**Fanáticos del autoengaño**


Sucedidos los años, una, con sus bien vividas primaveras, mantiene la sonrisa y la ilusión, salvo un día al año, un día para los niños, un día en el que encontramos la belleza en la mentira y nos obligamos a creer en lo imposible. Es entonces cuando soy consciente de que hay cosas que nunca volverán, de que lo que no se vive pasa y que el instante que no se disfruta, por miedos, por vergüenza, por desconfianza se pierde en el pasado, en el recuerdo de lo que pudo ser y no fue.
Los gestos de los más pequeños me saben a desengaño y crueldad, al desvelo del que no quiere ser despertado, a la quiebra del hechizo. Y recuerdo cuando el amanecer era el principio del misterio y no el final, esos minutos en los que no existía ni moderación ni envoltorios ni desplantes y disfrutábamos de un territorio virgen de la realidad.

Hoy tengo la certeza de haber perdido mucho y, aún así, sigo envolviendo, la incertidumbre y la negación, con lazos de colores que deforman mi propio callejón del gato y preparan mi sencilla maleta para guardar del presente todo lo que no deseo que sea pasado y confiar en el futuro.

Pero, tranquilos, mañana me despertaré y la niebla me regalará recuerdos de otros tiempos y llaves que abren nuevas encrucijadas y risas, y, admitámoslo, aún el espejo no evidencia mis arrugas, y puedo presumir de tener lo mejor de tantas cosas… Lo demás podré revivirlo, aunque solo sea una vez al año.

Y todo esto para que envolváis vuestros regalos y me los dejéis en la puerta con un simple “hola, a pesar de todo, sigo estando aquí”.

Siempre podré culpar a la niebla y... a Gaspar.

** LAS LECHUZAS PUBLICADAS **

 
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