
Los cabellos que eran sol han oscurecido, los cuellos de cisne y la tez de azucena se pierden en el tiempo, ya no somos su Aurora ni su descanso, no existen guerreros ni conquistadores y, así, poco a poco, se han ido perdiendo las divinidades y las ninfas del deseo. Ya solo queda lo visible, mujeres mujeres, ni honestas, ni castas, ni esclavas. Y puesto que el ahora exige simplicidad y piedritas que señalen el camino, vamos a ponerlo fácil y a concederles una revelación: ¿Qué buscamos en un hombre?
Si nos ponemos a escuchar a las típicas cursis o leemos sus comentarios en las “revistas de mujeres” entenderemos dos puntos fundamentales: queremos "casarnos" con un hombre familiar, que nos regale cosas, atractivo, galante, cariñoso… y estamos ciegas. A mí que me expliquen qué tiene que ver el amor con todo eso. Si fuera un sentimiento racional…
Lo cierto es que, al final, acabamos colgadas del primer panolis que nos haga sentir especiales, atractivas, diferentes al resto, porque, por desgracia, nuestra lucha no es con ellos, es con nosotras mismas y nuestro ego. Si un lechuzo nos acelera el corazón con solo mirarnos, pero es invisible para el resto de lechucitas, mal. Si un lechuzo seduce a todas y acaricia con sus palabras sus oídos, ufff, ahí sí sale el “¡madre, madre, como está!”. Como lo de generalizar no va con nosotras, es cierto que esto no siempre se cumple. Lo que no falla es que da igual lo que busquemos: un padre, un amante experto, fidelidad… Llega un punto en el que no sé por qué, enterramos todas nuestras pretensiones y olvidamos que ese que nos encandila no será nuestro compañero ideal o no quiere repartir su apreciada semilla, que no es delicado ni detallista, que no nos valora ni ama, y seguimos soñando con él, simplemente, porque no lo podemos tener.
Pero si me preguntáis que quiero yo, la más anciana, la más perdida, la más; os seré sincera: deseo seguir conociendo y aprendiendo, me atraen las ganas de vivir y de descubrir lo diferente, no me gusta el reposo de la provocación, no disfruto con la apatía ni con el todo ya está hecho. Quiero hormonas desbocadas, palabras licenciosas, regalos inconscientes. Me aburre la perfección y la facilidad. Mas, finalmente, solo una cosa me conquista: el vicio de sentirme amada.
Lechucitas, esperamos vuestras respuestas