
Que él está contento, dice la mami, llenito de alegría, pues once años no es nada. Ni miedos ni engaños, con solo los barrotes que dan el cariño y los gametos maduros, de esposas de plumas no sé si sabe, pero él está completo. Y es que son tantas las formas de decir te quiero: adivinar lo que pides, untarte en chocolate, relamerte en la cama, el desayuno, a las ocho, y ya más de treinta regalos sin costuras. “Y es que te quiero tanto”.
Juraste con un papel, dos anillos, una película de amor y un día llego Helena, hija de Zeus, belleza troyana, picardía escondida, y ahora él ya tiene dos, y está repleto.
Limpieza, pureza, goce solo por hijos, reza la Conferencia Episcopal, y yo soy consciente de esa magia que ellos venden, por inverosímil, pues es simple, sencilla, demasiado blanca para lo que se lleva: champán, marfil, blanco roto, sucio. Nos hicieron viciosamente devotos a lo carnal, a los cortocircuitos de la pasión, a los kilowatios de más. Por eso sus incendios de besos secretos no son inmaculados y dejan la puerta abierta, porque ella puede tenerlo todo sin tener nada, repleta del perfume de una niña hermosa.
Linda brujita, salerosa ella, zamorana. Mueve su cintura y levanta pesas antiarrugas, mientras traiciona a las lechuzas guardando el secreto de enamorar, la respuesta, el truco que no tenemos las que solo nos entretenemos con el amor. Y el caso es que no es fina de oído y sus pies tapan el sol entero, de grandes. Fina estampa, dos veces morena, no permite las noches frías y acaricia informes cuando él se duerme y no abriga. “Hoy deseo por ti; mañanac por ella, pasado, los dos”. Y, si no hay diabetes, antidepresivos ni medicamentos, los estudios dicen que él permanecerá entonado y en forma más allá de los ochenta: el contento eterno, porque él está satisfecho y sin pureza.