De tantas cosas que me quedan por aprender, las plumas se me
estiran, hacia fuera y, cuando hay suerte, las cosquillas se me meten por
dentro, en lo que voy interiorizando nuevos conocimientos.
Y no es una condena preguntarse por todo lo exótico que
desconocemos, sin intentar cambiar nombres, países, ciudades u lechuzos,
bueno, tal vez, quizá, hombres sí. Todo lo que quiere una lechuza es llegar
a la sabiduría a través de la práctica de pieles, las caricias, los caprichos
de cuerpos y algunos granitos de arena, que no sé por qué me saben a fuegos
diferentes. ¿Arena? sí, es todo lo exótico que me cabe en esta provincia, arena
de Sanabria, granos de Duero, Tera, Esla...
¿Dejará huella la arena? ¿Marcará diferente la blanca, negra
de paraíso o de terruño molido? ¿Vale la pena probarlo? Tantas preguntas
demuestran las ganas de otras voces y otras espumas. Las costumbres nos atan,
nos enjaulan entre amores de comodidad y, sin tormentas,... poco movimiento, o,
al menos, poco bueno. Nos movemos según hemos vivido, amamos según creemos que debemos amar, tal y como leemos, entendemos, pensamos, nos enamoramos e, incluso,
lo que hemos sentido nos señala el miedo que estamos dispuestos a soportar. Unos se paran, otros tenemos ganas de ver más...
Ya que todos podemos ser payasos en algún momento, intento avanzar sin pensarlo y me sé
algunos colores con los que tengo ganas de pintar mi cara. Paleta en rojo,
pinceles en negro chocolate para amar y pensar en modo exótico. Beso penetrante,
éxtasis a dos manos, kung-fu, contraer, distraer con contornos circulares,
relajar y lo mejor, lo más llamativo que me queda por leer en “otros lados”: la
ola de la felicidad. Arena, agua que viene y va, salitres, tanto mar y tan pocos días.