Llevo dos días mirando dedos, cosa nada obscena, es curioso, porque, precisamente no es el corazón el que conquista mis miradas, sino el anular, el cuarto dedo, el de los anillos y el recuerda promesas. Y os debo una explicación y esa explicación que os debo os la voy a pagar: ¡Mídete el dedo anular si quieres saber si eres macho!, dicen por ahí, como si tuviera que decírtelo su longitud, ¡qué mejor que una lechuza como utensilio comprobador de verdaderas masculinidades! ¡Descaradas!
Hasta ahora, yo había escuchado eso de la atracción que despiertan en nosotras las grandes manos, “es para cogerte mejor”, que diría un jugador de balonmano, pero de los dedos y de sus diferencias esclarecedoras nada sabía. Cuentan que el nivel de testosterona que el feto recibe en el útero materno hace crecer el dedo anular, ganando la batalla de la distancia al índice, pobrecico él, que se ve reforzado cuando los andrógenos nadan a sus anchas por el útero y ¡eureka!, sale niña y dedo señalador campeón.
Es decir, golfillas, vosotras fijabais la mirada en sus manos porque sabíais que los lechucillos con el dedo anular de mayor tamaño que el índice (obsérvense la mano derecha) son más fértiles, atléticos y dotados para dar guerra y me lo ocultabais, mientras estirabais los deditos ajenos buscando un alargamiento milagroso de vuestras últimas conquistas, pues son tan majos…
Así, tras un primer examen, he de decir que mis patas de lechuza común, blanca y pija, dicen, muestran un índice cargadito y un anular ahí, ahí, que pierde por poco. Soy justa hasta para los dedos… excusa perfecta para pretender mandíbulas cuadradas y prominentes para un rato y sensibles, amables y de tipo medio para cuidar polluelos (así escrito, parece posible que me ocurra y todo).
¡Larga vida al dedo anular de metro o metro y medio!