Toda la vida el mismo
sermón: las mujeres sois complicadas, no podemos entenderos, eres demasiado
mujer, muy mujer. Y llega un momento
que, de tan cansina repetición, fíjate que te crees desordenes que no tienes.
Pero la realidad…,
simpática y cochina a la par, nos ilumina con los años la verdad del otro lado:
ellos son los rarunos. Si os preguntáis el porqué, es tan sencillo como que
nosotras pretendemos uno que lo tenga todo: que te de gustito a gustito, sea tu
amigo, compañero de licores, te cuide o riña, quien te haga ser salvaje con
solo un toquecito por aquí y por allá, te enseñe y enseñes, te acompañe y
mueva, te suelte y te ate y muerda con raso, tal vez. Y si luego te administra
la casa, las cuentas y sabe hacer masajes, el lechucillo nos salió completo y
la vida redonda. ¡No hay nadie como tú!
Y es por esto mismo por
lo que las mujeres sufrimos una insatisfacción mensual y unas cuantas diarias:
ese ser no existe en uno y una se engaña y fracasa con duendes ordinarios. El caso de los lechuzos
de alhelí es aún peor, pero conlleva más juerga y diversión: sus leyes de la hombría
les dictan que no pueden jugar con quien aman, no han de hablar de amor con la
que juegan, ni querer hijos de la valiente que los hipnotiza y desmonta. Si
eres amiga, ya no completarás su mundo; si eres su ama de llaves, ya no podrás
tener fiestas de guardar en su compañía. O madre o amante o amiga.
Sé que hay mujeres que
son capaces de transformarse en una novia devorarrelaciones con solo que les den
la mano y algo de grimilla me da la metamorfosis: les entra una seriedad y un
saber estar por el cuerpo… que les cambia cara y mente. ¡Ay, no! Pero no mienten,
se ve, la cosa se ve. Sin embargo, los lechuzos actúan con el engaño… tú te
creías su sueño hecho realidad, por lo completa, y solo eres la tercera parte
de una tercera parte contratante.
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