Muchos han cantado a los
mejores cachitos de una mujer: ojos de gata, cabellos dorados, morados o negro
azabache, pechos y piernas de otro mundo... Pareciera que es fácil lo de vernos
por partes, no sé si por demasiado compleja o curva nuestra verdad, cuerpo o
mente o porque los lechuzos se conforman con mirarnos bien fuerte algunas
zonas, de agarrarlas ya hablaremos, depende de lo mucho que nos apetezca
sufrir, sentir dolores, sudores y marcarnos sus manos. ¿No os parecen bellas
sus manos? Nadie se sorprenderá de que los ojos de un buen semental, incluso de
alguno malo, siempre tengan dónde ir. El camino es fácil de ida y menos de
volver.
Y todo esto para comentaros un estudio genial: los hombres nos miran y
no nos ven. ¡Sorpresa! A ver, ven unos ojos, unos labios, un torso, la
cintura... la espalda... Y malo será que una no le valga.
Tiene su gracia esto de
la descomposición, así, pensando, yo podría sumar un trocito por aquí, otro por
allá, y me saldría uno de esos lechuzos que se merezcan alguno de mis errores.
¡Qué ilusión! Estoy pensando en comercializar el pegamento que haga que no se
despegue ese sueño. Sí, sí, yo entiendo que esto no es más que verlos como
objetos sexuales, como tipos carnales, como sementales sin fruto... ¿Y qué?
Ellos lo hacen sin querer, es su cerebro así, desde... siempre; yo solo quiero
hacerlo queriendo, y solo es por no fallar, para ser feliz, pido para mí y
para... ellos. Otro punto que no me sorprende del estudio sesudo es que dicen,
fíjate, que nosotras también nos percibimos por partes, ja, ¿sabéis por qué?,
para compararnos con la competencia.
¡Me voy a por la motosierra, mejor no os
digo lo que he visto! ¡Ay, mi hombre hecho en cachitos!
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