26.7.12

**No siempre decir que no es decir que sí**


Algunas de nosotras, por eso de estar acostumbradas a soltar un no de vez en cuando, como si fuera el dios que nos puede conseguir mayores atenciones o puestas en escena más propias de películas de amor, confundimos un rotundo “no”, que en versión lechuzo suele venir en forma de silencio, con un: “pobre, no sabe lo que quiere, tiene miedo, lo intimido, cuántos problemas tendrá en casa para dejar sin respuesta mis mensajes, llamadas o gritos de desesperación”. Sí, lechucillas, nuestro interés equivale a agobio para la otra parte, a risas o síntoma de “esta está perdida por mí”, y bien es sabido que la pieza a cazar no solo tiene que ser interesante, sino que ha de hacerse desear (lo justo, eso sí, que la caza también tiene ganas de saber a alimento y relamerse).
Y en esto, por mucho que haya cambiado el concepto del amor y de las relaciones, siglo va siglo viene, abuelas y nietas, hijas y madres han sufrido lo mismo: de simples que son, no se les entiende. Un no es un no, ¡qué criaturas los lechuzos, tan extraños, tan poco dados a la matización! Con nosotras, un no necesita de al menos un dos: el tú que lo diga y el él que lo crea y, en el medio, siempre queda un tal vez.
Si lo suyo es un no, tú solo tienes una salida: orgullo, corazón, mucho orgullo, menos líos y más mantas, atadas a la cabeza, en los pies o asiéndote enterita para quitarte la maldición del frío. Eso sí, un punto fundamental en esto de los noes es saber si al moreno le ronda por la cabeza del “on-off” otra rumbosa que bien se quiera, entonces sí, puede que algún día la querida pase al “no” y el niño se sienta solo o te le cruces toda mona y se le calienten los síes más abajo de la boca, mas deja gusto a rancio tomar lo que otra deja.

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** LAS LECHUZAS PUBLICADAS **

 
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