Los españoles, los zamoranos más aún, somos “antinaturales” y quiero que me entendáis, no es que no sepamos conducir al otro tras nuestro capote, más de grana que de oro (¡ay, la crisis!), sino que todo lo apostamos al no dejarse ver. Si se me deshacen los muslos solo con verte caminar... ni te miro, si me gusta escuchar tu voz, me tocará hacerme la sorda, cegata o muda. En esto nos ganan los latinos: seguridad y caballerosidad volcada en el que tú seas para mí, y punto, aunque sean muchas las chicas que busco, ¿no?
Nosotros tenemos miedito, y eso que éramos pueblo de noches de ronda, a pecho descubierto, con clavelitos en la boca y sin penas. “Dile que la quiero, dile que me muero de tanto esperar”. Los de ahora se acurrucan entre soledades y grupos potentes, todo para que la sospecha no aparezca, sin guiños. ¡Con tanto fingir... nos quedamos sin grandes amores! Con orgullo, no hay súplicas, solo mentes y sueños y, tarde o temprano, olvido.
Todo puede ocurrir, sí, te puede decir que no... ¡uy, que duro recibimiento para el amor! ¡cómo superar que ella no te vea gallardo, altanero...! Tienes razón, lechucillo, nunca merece la pena sentir si puedes perder con una palabra.
A carne viva, trémula, palpitante, amor inquieto y en constante duda... No, no, no sigas, zamorano, que la compañía atrevida suele venir de otros lugares, menos altaneros. Y, tras esto, ¿qué tal te va sin mí? Si consigues olvidar tapando palabras o ideas... ¡Ole, ole tu “sinvida”!
No hay comentarios:
Publicar un comentario