
Auuuullando como una loba a la luna llena, puesto que las lechuzas no llegan a la categoría de zorras, que ese es un nivel superior de astucia que no podemos alcanzar, y todo por el “Día del Español”, del idioma español, que los hombres hispanos no están ni para celebrarse ni en peligro de extinción, aún, pues mi abuela recuerda cómo la suya pronosticaba que, en breve, los hombres tendrían que subirse a los árboles para huir de las mujeres. ¡Qué suban, qué suban!
Estoy feliz porque es el día de las que gustamos de reposar con las palabras escritas, tal que fuera una ave huera, calentando el nido a la espera de que escalen, sacando las uñas y los dientes, entre pico y alas. ¿Puede existir mayor placer que tirar a los deteriorados de vuelta a la tierra? Lo malo es que seleccionar es complicado y no encontramos ni péndulos mágicos ni una amiga que nos ayude en la tarea, que hasta a las buenas energías les vale todo en caso de apuro y la crisis está mu mala.
Ahora que han descubierto que el Diamante Mandarín, ese lindo pajarillo, transmite de padres a hijos el gen de la promiscuidad, lo tenemos más fácil, todo lo que parezca pájaro y de uno venga, pajarraco es. Si ya era difícil toparse con uno sincero, qué haremos tras saber que se lo pasan de unos a otros como un don masculino. Así, de un padre golfo, reciben, nada más y nada menos, que el doble de probabilidades de ser traicioneros con sus señoras. ¡Otra excusa para heredar!
Y, como ayuda en la decisión, un estudio que ha creado la fórmula mágica del matrimonio, esa mezcla de ingredientes que hacen que duren las parejas perfectas. Tres son las claves: que la mujer tenga 5 años menos que su amante esposo, que pertenezcan a una misma clase social y, fundamentalmente, algo que no hace falta demostrar por consabido, que la lechucilla esposada sea más inteligente que su pareja. Y yo que le veo lagunillas… porque es cierto, como dice mi madre, que, al final, todos gordos y calvos, pero al final.
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