
No es fácil encontrarle el punto justo, ni muy hecha ni poco, que esté calentita, pero no queme (¿o sí?), sabrosa sin llegar a saturar el paladar, gruesa o no, sangrante, un gran trozo, pequeñito o lo justo… Y es que nadie dijo que elegir el camino de la carne no trajera complicaciones.
En principio, se presenta tranquilo: no quiero que me utilicen y por eso aplico leyes físicas: tanto me dan, tanto rebosa, ni una gota más ni una de menos; y confiamos en que si no ponemos mucho de nosotras, el cuerpo no aumente su peso y en la caída la aplastada no seas tú. Y puesto que ninguna fuerza actúa sobre nosotras, ejercemos el derecho de continuar en movimiento uniforme y en línea recta, excepto las que decidieron plantarse cerca de los 30 y ya no se mueven, no viendo nada adelante y mucho menos para atrás. ¡Ja!, lo que no consiga un cuerpo…
Es la inercia del dejarse llevar… todo un engaño, porque olvidamos que con la física llega la química y ya no hay conservación, valores constantes o sistemas aislados; estallan feromonas, átomos y metales y se aceleran las partículas que todo inundan de electromagnetismo y de temperaturas variables, muy variables, de orejas a pies, de mano… a mano. El amor es así, nace de esta manera, de golpe a golpe, de verso a verso y no hay nada que hacer.
Neón y sus tríos, vanadio, galio, germanio, indio, europio, polonio, francio, californio, americio… y tú, lechucilla, derivando tras un Argos griego. Tantos dioses, tantos Carnavales y tú que los mereces.
Amiga, sé que las leyes son fijas, eternas como tu nombre, mas no sé si serán tus curvas, tu punto perfecto, ni cruda ni hecha de más, tu firmeza o eso que tú llamas “de esperar, hacerlo por lo mejor” (próximo a llegar), pero el caso es que hay cosas que se escapan a ecuaciones lógicas y principios universales: quien más tiene, más merece, y a ti, quedamos, te corresponden tres.
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