
Lástima que hoy me toque ser literal. Mis palabras no están sucias de deseo, ni de fuego, aunque algo si me toca el sudor del California, qué duro estar duro, lechucillas. Y aunque no es mi intención ser maldita por todos los guarros que campan por las sucias calles de mi ciudad, lo cierto es que ya no puedo más: restos de papeles, brillos de plata grasienta y usada, cacas, babillas verdosas, chicles y colillas en los huesos. Somos una ciudad de cosas sucias. Tan espiritual y tan asquerosamente humana, acampanada sobre restos de basuras mal puestos, orines y perros educados en la mierda por amos de excremento fácil.
Y en otoño solo espero que llueva, triste y melancólica, pero con pies limpios. Barrenderos, señores de la limpieza urbana, operarios que recogen nuestros restos, simpáticos amigos del trabajo, peregrinos de noche y de día, sin descanso, con futuro perpetuo, son siempre premiados, por todos nosotros, como fieles lechuzos. ¡Mira por dónde pisas!
Paisajes de la tierra mía, canciones de usar y tirar, ¡aleluya! ¿Seré mayor y por eso pienso en guarrerías? ¡Una lechucilla verde! Un ejemplar único y rarito, sensible y picajoso, de voz suave pero constante, que es lo que es por quien le lee y le quiere, aunque sea bien.
¡Viva las deconstrucciones del siglo XXI y a vivir del canto!
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