
Debilidad, fragilidad, emociones ganan a cerebro y eso, pequeñín, está muy mal, muy mal. A lo largo de mi vida, he visto llorar a pocos hombres, la muerte y el desamor aún los derrotan. Imaginad, lechucillas, qué ocurriría si una mujer fuera tan abierta en público: seguramente se le perdonaría tanta sensibilidad, pero no se le confiarían las relaciones exteriores de ninguna empresa, ni siquiera de una desesperada y en bancarrota. ¡A tú casa a gimotear!
Pérez-Reverte no se dedica a la política, es guerrero y clarito… si hay que usar las palabras, no hay problema: excremento, suciedad, porquería, una “perfecta mierda”, además de una mierda, es una persona sin méritos. Nada de acritud.
Las lágrimas de cocodrilo son otra cosa, la mentira de quien se cree superior y engaña. “Perdona, se me fue la mano”, “me emborraché y olvidé mi nombre, tu cama y nuestros hijos”, “perdóname, a pesar de todo, te sigo queriendo”… Y si las usa una mujer… ¡correee! Si es de las listas, acabarás creyéndote culpable y olvidando que ya no la amas o que nunca la amaste. ¡Cambio amor por compasión!
Eso sí, déjenme a los futbolistas tranquilos, a ellos carta blanca, a palmearse los cachetes y a llorar en las despedidas, derrotas y mundiales, su trabajo no nos sonrojará con el “todos somos buenos para la unión de naciones, hasta cuando somos asesinos o esclavizamos a nuestros pueblos”.
Me gustan las lágrimas, de hombre y de mujer, te absuelven a ti mismo, si son sinceras.
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