
Pasado el Carnaval, las lechuzas nos pensamos que todo el mundo es engaño, pero del bueno... Así, nosotras nos dejamos abrasar por lechuzos con forma de lobo y que creemos con cabeza de cordero lechal.
Los instintos salvajes son sencillos: si huele a bestia... qué crees que será, ¿malogrará su vida demostrando su loco amor por ti? ¿guardará el puñal de esas garras que disfrutas de noche para acompañar con caricias los bollitos del desayuno?
No son apariencia esos ojos gallardos, la sonrisa diabólica y sus manos mezquinas, beso, labios, boca, carne, ñan, ¡y ya te comió! Y si consigues escapar, no te confíes, las embestidas lobunas son intermitentes; escondidos entre los árboles, en silencio, complejos por su ingenio ante el goce, románticos por su pasión y de dos en dos o más de tres.
Sus ataques son así: o desaparecen todos o ninguno. Tú despide, espanta, guarda tu llama de amor viva, pues, por mucho que diga tu razón: "¡Adiós, Cordero, adiós!", los falsos siempre regresan, y los lobos son lobos, insaciables en su uno por tres y... ¡tan felices con su cuento!
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