
Hay lechuzos que consiguen que, cada cierto tiempo, nos sintamos utilizadas como artilugios de plata, estriados, con forma de "u" o de conejito rosa, como si fuéramos muñequitos capaces de estrangular y hacer perdurar el vicio, algo por lo que, aunque no lo crean, no pierdo el sentido.
No es la lujuria lo que manda en mis manos, recuerden mi "angelical e inocente" espíritu de mujer; no crean que mi cerebro ha enloquecido por la cercana primavera o que me he embrutecido al respirar amor en esta apartada orilla de La Voz, ni bellos efebos ni divinos cuellos ni venéreas sustancias han guillotinado mi juicio; mis deseos van con mis lechuzas: por eso escribo por nuestra autoestima, por el autoerotismo, siempre buscando el querer... nos.
A ellos les dejo el sencillo uso y disfrute fálico, la amistad sin palabras, no pensar, olvidar besos, ignorar, no llorar, no aguardar amor. Para nosotras, elegancia, ilusión, belleza, pasión, lo inmortal e impasible y la generosidad de saber llorar después.
Ni recrimino vicios y no soy compañera de la virtud, pero reclamo que huyamos de los nombres conseguidos sin esfuerzo, que saquemos las ganas de vivir a pesar de las heridas, de autoconocerse, del dolor... Eso sí, mientras no nos emborrachemos con los sueños de otros, ¡viva los "autoplacenteros" juguetitos del amor!
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