
A sonreír, a cantar, venga achuchones, arrumacos y cumplidos. Gozo sin sonrojo, y en el Día del Señor, es lo que tienen los novios del 2010: un día santificado a un amor exclusivo, un regalo divino, aunque más enganchado al débil cristal que a la insulsa eternidad. ¿Quién consumiría un infinito de amor en lugar de un día de Carnaval consagrado a la cursilería?
Rosas, cenas rojas, paseos afrodisíacos para abrir labios, desgarrar, lubricar la piel hasta los huesos por… unas horas, una noche, una vez, que pasarse de más puede resultar ingrato y nos hace esclavos. ¡Piedad para esta lechuza!
El pérfido disimulo da grima. Hablar y mentir, mentir y callar, pagando una tortura voluntaria en cómodas cuotas anuales. ¡Pero es tan bonito, ohhh, el amor! No se reflejan las caries, no hay grietas labiales, no existen las barriguillas tortilleras.
¡Ay, hoy te huelo diferente! Tus cabellos son el sol; tu boquita, una carnal fresa y tus dientes, mis mordedores de nácar. Y Cupido vigila desde su torre, como un traicionero desertor, con mueca embrutecida e intenciones de depravado malandrín. Distingo, entre sus lindos ricitos de oro, protuberancias, puntiagudos montículos de marfil: “A estos les doy un mes”, “venga, un cuatro por uno”, “dos no se casan si tres no quieren”, “como son seis… despertarán solitos”
Ohhh, ¿un regalo?, ¿para mí?, ¡ay, qué tonto estás! Venga, lo acepto, pero solo por esta vez, que yo no soy de estas cosas.
“Hoy es el día de los enamorados y solo lo que importa es el querer… San Valentín, yo no te olvido, porque su amor en esta fiesta he conseguido…” ¡A quererse todos, tocan!
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