
“Pinta, pinta, pinta sin parar, mojar y extender y vuelta a empezar…” Cuántas lechuzas deseosas de colorear su vida, y es que no sobran las sonrisas cuando se encuentra el tono adecuado. Rosa, rojo, verde o un marroncito tostado, eso va en gustos, pero el caso es ponerle azúcar y sabrosura a cuanto hacemos. No me digas que no.
Y, una vez que consigues pintar, cómo parar. Las lechucillas amigas del sol me entienden, no es cuestión de que una coja moreno, no, es adictivo esto de verse con color, cada vez pides más del astro rey, y más y más, y no dudas en quemarte si hace falta, que el invierno ya refrescará tus calenturas.
Y si la suerte, también en el amor, es una actitud, puedes pintar tus sábanas de negro carnal, si es tu deseo y saca tu lado salvaje, permite que llenen tu casa de alegría, de ilusiones y vacíen tus labios de ausencias, ¡bendita locura de colores, bendita expresión la de tus dientes!
Solo encuentro una pega a tantas motitas de colores, rojo fuego, pájaros rosas, un poco de azul y tanto brillo: la infidelidad tuya y suya. Como los españoles tenemos que dar la nota, un estudio sobre nuestros hábitos sexuales indica que, ¡novedad!, cuanto más tenemos, más queremos. Las parejas casadas o estables que con más frecuencia avivan sus colores maritales tienen una tendencia más acusada a probar sus afectos con otras u otros. Por practicar que no quede…
El límite está en 16 pinceladas al mes con tu pareja, catalogado como “sexo frecuente”, dicen, a partir de ahí, uno de cada cinco ha probado a colorear libros ajenos, y en más de una ocasión. A más uso, más infidelidad. El caso es estropearnos los últimos días de calores…
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