
Desde pequeños, nos olemos, observamos, con suerte, palpamos; compartimos la belleza de otros y, si la cosa supera la química, incluso las tristezas. Hombres y mujeres, trastornándonos unos a otros, relamiendo nuestras heridas con el siguiente, azotándonos con imposibles o soltando una y otra vez eso de “ahora solo quiero amigos”, ¡cómo si Cupido cediera tal decisión!
Piensen en el Tetrao urogallus, vamos, el urogallo cantábrico, con lo que gustamos las lechuzas de un buen ibérico del norte, curado a orillas del mar… Ellas, las urogallas, creen que eligen al guapetón de turno porque sí, ja; ahí están los estudiosos del pajarito para romperles el orgullo femenino con eso de que “todas sois iguales”, porque todas son seducidas por los que mejor cantan, los de plumaje más brillante y lustroso y lo del tamaño no sé exactamente por dónde viene, mas parece que realmente importa en el mundo animal. Pero, lo que es más importante, no solo triunfa el que posee tan dignas cualidades, sino que debe saber lucirlas; conclusión: el chulito de los urogallos. Así, han conseguido la mejor selección genética en estas avecillas tan simpáticas y de apetencias similares y sorprendentes.
Dicen que las españolas estamos entre las más estresadas y que la tasa de natalidad ha descendido tanto que tenemos que mirar más allá del año 2003 para encontrar una similar, ¿tendrá algo que ver con la calidad de nuestros urogallos patrios o con nuestras amistades trasnochadas e indecisas?
Por fin, estoy feliz de nuestras imperfecciones, lechucillas, esas que nos entregan a las taras de los que pueden entender El arte de amar, de los voluptuosos, arrepentidos, torcidos, de esos que no pueden volver al no amarnos, frágiles dioses que nunca se arrepentirán de no habernos besado, lascivos, oscuros, urgentes…
No hay comentarios:
Publicar un comentario