
Bombones del negro al blanco, cortaditos, capullos y capullos de rosas, plantas variadas, ropa interior y antifaces de encaje, todo para mostrar tu cándido amor ante el mundo y, de entre todos, por eso de requerir cierta habilidad en el consumo, gana el sirope de chocolate, aunque, para gustos, la frambuesa.
Y ya que no está el mundo para condenar la inocencia, por qué íbamos a impedirles a los emparejados la celebración de su milagro, si consolamos a los niños con otra magia similar todas las Navidades: los juguetes y regalos de enamorados son descendientes de esa misma ilusión, y sin llamar a nadie iluso.
Lo que no parece correcto es que el desengañado no tenga su propio día, como si una cabeza astada ya fuera suficiente ofrenda, o los impares de uno, tres o cinco, que de todo hay, no pudieran manifestar su servidumbre ante el deseo… Puestos a buscar una ubicación en el santoral, San Fermín parece el mejor, por ser el más hacendoso en eso de evitar que los cuernos dañen de más a los valientes atletas del amor. Y todo son ventajas, que el 7 de julio cada uno se regale a sí mismo, y todos contentos. Imaginad cuántos enamorados en febrero serán medias desparejadas con los calores de julio. ¡Y que vivan San Fermín y el amor!
Es lo que tiene eso que llaman quererse, que da para mucho, por el lado de lo bueno, y de lo malo, y a pesar de los golpes, de los regalos que indican un olvido más que un credo, de tantos nombres que pasan por tu vida y solo dejan el roce… A quién no le apetece un dulce de vez en cuando, aunque solo sea un poco de carbón azucarado.
¡Cuidado con las caries, lechucitas!
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