
En esta semana de luna llena y San Antón, tenía que acordarme de los animales: profundos en miradas, dueños del presentimiento, enigmáticos e hijos de la razón. De perros y gatos, felinos, lobos e incluso de esos lagartos tan fríos se ocupa solito el santo ermitaño, venerado por quien ama a otras especies, por los sepultureros y por las que desean novio… ¡Curioso enlace entre los seres irracionales, las tumbas y los lechuzos emparejados!
Y, a pesar de que el beato egipcio sea patrón de las lechuzas, esta que escribe, y no os puede extrañar, se siente más cerca del intimidado San Cucufato, por eso del miedo a los nudos mal hechos. Sin embargo, San Antón se presta a las ataduras, a los vínculos, a las cadenas y “arremejes” que impiden el movimiento, con tanta dedicación que dispone sus atributos varoniles ante las necesitadas de amor duradero. Cuadrados los tiene el santo, si es que aún los tiene, después de más de cinco siglos poniendo a prueba la puntería de las solteras malagueñas, que son bendecidas con tres oportunidades, tres, para darle con una hermosa piedra a los cuerpos esféricos colgantes del privilegiado varón.
La pedrada, podadora de masculinidades, parece colmar de bienes a quien acierta: con uno, dos o incluso tres lechuzos entre los que elegir en pocas fechas. Yo, que prefiero los gozos a los pozos, seguiré poniendo motes a los animales, con un biquini cortado con el patrón de Sabina o Dylan, al cocodrilo, al diplodocus, al ornitorrinco, a un avatar de cuerpo azul y a Rodolfo Langostino si hace falta. ¡Qué mogollón! ¡Pibe, “llevame” a casa!
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