
Sabíamos del poder del cuerpo de una mujer, nosotras y tantos y tantos que se empeñan en taparlo y oscurecerlo como algo sucio y pervertidor. Almas de barro, retozando entre lodo y fango pecaminoso.
Suponíamos que era algo pegado a nuestro propio pasado o a quienes se han apropiado de la palabra de su Dios para castigar y dominar a las mujeres en el reino talibán de los hombres. Pañuelo en la cabeza, hombros cubiertos,… Mas, oh, sorpresa, aún permanecen en nuestro presente católico iglesias prohibidas para quien ose, en pleno estío calcinador, entrar en la casa del Señor enseñando rodillas o un sacrilegio mayor: los lujuriosos y lascivos hombros, umm. Mientras tanto, las esculturas naturistas y góticas de la catedral de Milán se ríen impasibles ante nuestro sonrojo. ¿Dónde vais, so golfas? ¿A qué es hermoso el hombre hecho a imagen y semejanza de nuestro Dios?
Mientras tanto, los templos dedicados al culto reservan una de sus esquinas para rezar al dinero, venta de recuerdos y estampas varias… Al mismo tiempo que nos educan a reservar nuestras mejores prendas y joyas para presumir en la Misa del Domingo. Ahora, los progres defienden el uso del burka por estar a favor de la libertad, pero prohíben las corridas de toros a las que nadie va obligado. Nuestra sociedad peca de falta de coherencia, algo demasiado evidente en el mundo de la religión y la política, ese en el que parece que no todos somos iguales.
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