
No creo que, a estas alturas de la vida, a alguna nos sorprenda la visión de esos rebaños de experimentados lechuzos que tienen como encargo reunirse en torno a ocupaciones varias: la partidita con café y baileys, con hielo, por supuesto; la pachanga, al futbito, que, para el fútbol, llegan edades en las que rodillas, tobillos o posaderas han perdido su adecuada dureza, y, por supuesto, las marchas nocturnas.
Todos en tropel, cual hordas, aunque a estos les faltan las dos redondas cápsulas embrionarias, pues no hay otra forma de explicar la falta de valentía de los lechuzos comunes.
Antes, los hombres rondaban en solitario, entre balcones, iglesias, paseos y bailes populares, eran masculinos, valientes, fuertes. Hoy, nos acusan de ir de dos en dos al baño, lo admito, nos encanta cotillear, pero, cómo explicar que es la mejor forma de escapar de ciertas embestidas inoportunas. A lo bruto..., alguna caerá, deben pensar, y, si no, ya mandamos al amigo atrevido. ¡Ay, qué arraigada la ignorancia!
Mas, lo peligroso no son dichos ataques, lo amenazador es cuando se alejan de la manada y embisten en solitario, es entonces cuando engañan o son engañados, cuando empiezan a creer en su mujer perfecta, en cenas compartidas, en el amor... Los síntomas a largo plazo son evidentes: se acumula grasa, se dejan de peinar, se olvidan de los amigos, del gimnasio, del verano...
Los peores son los que se enamoran de la luna, más pasionales, venenosos, locos, maravillosos, reconozcámoslo, pero su fase enamoradiza tiene corta duración, le doy, como mucho, tres meses: una luna llena, conquista; otra, amor; última, olvido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario