12.1.12

**Me pierdo si me dices que me quieres**


“El fin del mundo, un temblor especial, un cine y traerte la luna de una lazada… cosas que juntas convierten a la tercera, cuarta y primer mes de citas en una oportunidad para el pim pam. Ella, que no sentía, por culpa de ese del que ya solo queda el nombre, consigue que el nuevo muchachito de provincias sea dueño de sus conversaciones primeras del año. Y no, no es olor a gasolina y sí mezcla de fuego, pasión y látex. Pero los hombres, sin oremus, que andan y andarán y anduvieron, despistados, sienten ciertas obligaciones (que vienen los Reyes) que poco tienen que ver con las que desean cumplir cotidianamente, y la meten, la pata, y mucho. Es pronto para un anillo, un CD se les antoja escaso, viene la hora del enredo y la boca les suelta un barato: “tengo que decirte que te quiero”. Mal, mal, ahhhhh.
Y la gracia está en que creen que ese es el deseo de toda mujer: tener su “patatita de plastilina” en tus manos, momentos cursis y mentiras pro-encuentro. ¡Cómo que “te amo”! ¡Cari! Y pretenden prometer la luna, si solo una vez llegaron y aún ellos siguen buscando una mamá para los ratos libres, que cuide, sea fija y entienda sin incomodar: otras batallas dan pereza.
La vida les puede, sobrepasan la capacidad craneal de las mujeres, haciendo del burro grande su lema cerebral, y tanto peso sobre sus hombros, pesa. Dicen que las mujeres ocupan menos (si ven mi armario…), pero conectan mejor esa parte blanda y, así, vale, nos perdemos más en los aparcamientos y bosques, pero menos entre palabras y roces. Desgraciadicas que somos, qué pronto aprendimos que el tamaño no importa y que el recipiente no hace firme al contenido. ¡Odiosa sabiduría popular!
Posdata: como vuelvas a decirme “te quiero”, me pierdo y te compro un mapa del irte lejos.










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