
Una señorita que hacía a los hombres pecar, una maravilla de mujer y de copla. Con tono cañí somos marías de la o, una loba, una lirio, y no podemos olvidarnos de María Magdalena, Carmen de España y la Manola del Tururú.
Señoras o señoritas, de formas bonitas, gitanas, guapas y con historia. Decentes, limpias, puras o más bien no, qué gesto o posición hace que una lechuza se gane el “señora” y deje el “señorita”, de menor grado, para esas otras. La RAE expone, como característica para tal uso, la búsqueda de la “cortesía con una mujer soltera”. Olé y olé. Para el señorito dejemos la chulería, la ociosidad, al amo y al niño bien. Soniquete negativo que le voy viendo al término en masculino, con la a… ¿tendrá desventajas la soltería? ¿Será nuestro vicio sin firma señal de una carencia? Somos lolas de muchos puertos y poco consuelo nos da el lenguaje ante tanto sufrir, ay, pero no me llames Dolores, que la risa me acompaña, sin importar si el pájaro es Phrancisco, Antonio o mi primer novio.
Las francesas, feministas de mucho tomar, atacan los formularios que distinguen mademoiselle de madame, pero que solo ven un señor, un padre, un amo. Con estas cosas, me sale la piconera de dentro y me quemo toda. Ahora van de liberales, cuando la mayoría cambia su apellido al atarse con un “sí, quiero”. Tururú a vuestra independencia de pacotilla, princesses de silueta nerviosa y fina. Empecemos por el principio…
Sin anillo, señorita, nada de malas lenguas, ni faltas, ni de nombrarme por otros, señorita que cumple porque vale y solo tiene derecho a quien conquista con sus besos, en tu casa, en la suya, en habitaciones de viajes, en lagunas y termas y siempre en la boca, por si alguien, señorita, consigue que te enamores dándote guerra. “No debía de quererte y, sin embargo...”
No hay comentarios:
Publicar un comentario