
Hay temas, y zonas, que es mejor no tocar, si no se tiene confianza, por eso de que el resultado puede tirar hacia el lado oscuro. Uno de los más peliagudos es el omnipresente concepto del amor: ¿un sentimiento especial o simple posesión de órganos y cuerpos?
No es que lo erótico festivo nos sepa mal a las lechuzas, pero cuando nos da por aflojar la mente, y no solo los huesitos, pensamos si es más importante esa fidelidad física que otro tipo de engaños o daños. ¡Honestidad corporal y ya está! No sé si será tan fácil, pero tengo la sensación de que esta sociedad se apoya demasiado en el afecto genital, queremos más cuando le restamos al otro, no hay libertad ajena, que la propia ya se la agencian los lechuzos (y eso que nos conocemos todos), no existe el desearle mejor al otro, más completo, más él. Desenredar para enredar y volver a enredar… ummm, eso es mejor cosa.
Estas aves pervertidas de ilusiones hemos optado por la sensatez: ¿seleccionar vestidos blancos o tendernos hacia los cuerpos untados en canela?, ya elegimos nosotras, que los pobres desgraciadicos están mejor si todo les damos, uno, dos o tres, y a beber con pajita, despacito, sin atragantarse. Ellos se quedan en canciones, pararnos pueden, de vez en cuando, una vez por semana.
Arropar en silencio, ¿no? de hablar... ni hablamos. Los casados, tan monos antes del esmoquin y el traje, engordan, algunos añoran pelo, de tanto dejarse peinar, será, y menguar... aún no lo comprobé. Pero, si es bueno el mango, amarillo y rosadito, por qué morirse por medir, ¡qué voy a contaros, lechucillas, si ya está escrito todo!
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