
Cata cata pum... Hay momentos en los que el destino se ríe de nosotras y nos sentimos como muñequitos subidos en un teatrillo de farsa, para la burla de unos diablillos juguetones que tiran de esos hilos que rasgan.
Y es que esto del amor no sigue razón. Un tirón, y te enamora, otro tirón y lo aborreces; tú, hipnotizada y tan feliz, pero un día se te parte un hilito y te sientes sola, y, al rato, te duelen tanto tus remiendos que te quedas inmóvil en el anfiteatro, deseando que se olvide de ti el pinocho de turno.
Mas, las lechucitas somos coquetas y los enganches, anticuados; por eso preferimos desatarnos y tratar a otros cual monigotes, y es entonces cuando ninguno se resiste: ni chulitos ni sosos ni raritos. Un solo susurro paraliza los movimientos de más de seis o siete. Dices “ven” y solícitos caminan; desprendes tu perfume... y se derriten sus neuronas. Pues, ay del pobre que sucumba a las garras de una lechucita que conozca su poder. Se acabó la reflexión, el juicio y la tranquilidad. Nuestras palabras son como guiños picarones y nuestros gestos malvados requieren su continua atención. Quién es el galante que escapa a unos ojos que pidan guerra. “Ven y ven y ven, chiquillo vente conmigo...”
Él, cautivo, mas la rueda gira y, en uno de los tirones, el nudo tensado se corta y eres tú la enganchada, por una cuerda tan poderosa que siempre la tienes presente, y su violencia te impide el sueño y quita el hambre. Y es que la vida es así; hoy, vencedor; mañana, vencido. En esto del amor, no existe eso del bueno, el malo y el feo... Bueno, venga, el feo sí.
“... Como los muñecos en el pin pan pun”.
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